Sin noticias varios días después de mi visita al Cuestorado. Ya llegarán y mientras, en el curro, atendiendo a mis buenos camaradas que piden mobiliario y lanzas para defender sus ínsulas de los continuos saqueos. Aburrido como una ostra decido cerrar. Otro día más y sin noticias de Flavio. Llega la noche, y después de cenar en el triclinium, gachas con queso de cabra para su interés, me desvisto y me acuesto. Sigo dándole vueltas, más vueltas y voy revolviéndome como huevo revuelto a la misma idea: ¿Me tomarían el pelo al decirme aquello? ¿Me han creado falsas ilusiones? Alguien llama dando golpes a la puerta. “Pam, pam, pam”. Enciendo una candela, me pongo lo mínimo para abrirla y ¡cuál es mi sorpresa!
-Ave, mi sublime nombre es Flavio Quinto Metelo. ¿Eres ése, el tal Sexto Marciano? El secretario decía verdaderas maravillas de ti, nada raro ya que ese imbécil siempre las dice. Espero que no me haga perder el tiempo. A ver, dime: ¿Dónde naciste?
-En Hipona, África. Tuve que huir de casa por…-
-No es necesario que me expliques tu insignificante vida. No me es necesaria- Flavio, como buen patricio viste la típica indumentaria de toga blanca sin ornamentos. Rondará la cincuentena. Alto y delgado con pelo canoso, nariz aguileña y ojos verdes imponentes y penetrantes. Da pavor y habla con la típica gilipollez de los patricios-Vengo a darte cita para cumplir una misión que determinará si eres apto para el puesto y ver cuán bueno eres en las labores que yo te imponga. Ya sé que no es tarea mía venir a avisarte, pero mi criado ha enfermado, hoy en día no se consiguen buenos esclavos que cumplan las tareas encomendadas, además empiezan a escasear en Occidente. Ven mañana al Foro de Augusto cuando el Sol alcance su máximo. ¿Entendido? No te demores, estoy bastante ocupado y si no estás a la hora dicha, despídete de este trabajo. ¡Ave!
Sus pasos seguros y su porte erguido recuerdan a un ser magnánimo y majestuoso. Uno de aquellos reyes antiguos, una raza extinta de hombres. Es un hombre a respetar, aunque su prepotencia se le suba a la cabeza y le haga ser un completo imbécil, atributo que casi siempre tienen los sabios. Ésta es mi primera impresión, pero la oportunidad de salir de mi mísera vida, aburrida y vulgar, puede contra toda opinión que pueda tener. Apago la candela, me vuelvo a desvestir y me meto en el catre. Buenas noches.
Día siguiente. Hace viento y negras nubes amenazan tormenta. Está amaneciendo. Desayuno rápido, me pongo la mejor toga-y única- que tengo y salgo. Tomo la vía Aurelia hasta llegar al Monte Palatino y el Foro. El Coliseo al fondo impone el esplendor de un pasado glorioso, hoy en día clausurado. A decir verdad ya no hay entretenimientos en Roma. Los emperadores ya no viven aquí y se descuidan de la capital. En el Circo Máximo hace años que no compiten aurigas, porque no hay dinero y porque nadie se dedica a competir hoy en día. En medio de todo esto, el Foro Imperial. Me he pasado tres cuartos de hora caminando para llegar aquí. ¿A quién se le ocurre edificar una ciudad tan grande sin haberse inventado el auto-auriga? Son ganas de tocarle la moral a uno.
Al final arribo al Foro Augusto, en el momento señalado. Se ha despejado el cielo y el Sol está en el cénit. Espero, espero y no llega. El Sol está a punto de ocultarse bajo la Tierra, qué espectáculo tan bonito. El Sol poniéndose mientras la Tierra la acoge en brazos, el Coliseo y el Palatino al fondo adornando la imagen. ¡Qué espectáculo tan curs…! -“lari, lará, laróoooooo lariiii, laraaaaaaaaaaaa, larooooooooooooooooooooo”- Corriendo, bailando y saltando aparece un hombre viejo, de unos setenta, bajo y gordinflón, calvo y narigudo vestido de las togas de las équites. Está borracho como una cuba, sin duda. Es llegar y me increpa.
-¡Oye, dónde has estado! Yo, o sea Él ha estado esperándote por estos lares impaciente. ¡Dónde has estado eh!
-Perdone, pero ¿quién es usted?-¡¿Habla en tercera persona?!
-Yo, o sea él es Flavio Quinto Metelo. Équite y cronista del tercer Valentiniano, je je je. Pero como puede ser que no le reconozca si ayer le vio a su magnanimidad, je je je. Entonces eso, que ¿cómo es que ha llegado tan tarde? Ehhhh!! Jajajaja-risa de caballo demencial.
-Em…señor, a usted no le conozco. Yo he quedado aquí con el cronista Flavio Quinto, no con un patricio borracho que se hace pasar por Quinto Metelo
-Équite muchacho. Yo, o sea él es un équite. El gran Flavio Quinto Metelo. No soy un usurpador, yo soy Flavio Quinto Metelo. ¿ Por quién me tomas criajo? Y contesta a mi pregunta: ¿Dónde te has metido hasta ahora?
-Pero qué dice, ¡si he estado aquí desde que el Sol alcanzó su máximo!
-¡Ah! Será que se ha perdido yo, o sea Él por el camino. En fin, olvídese de este pequeño detalle. A decir verdad, ¿para qué habían quedado? ¡Ah, para darle la enhorabuena por superar la prueba que le planteó!
-¡Pero qué pruebas ni que leñe, pero si aún no me ha dicho qué tengo que hacer! ¡Pero usted que me ha de decir si no es Quinto Metelo, ni es nadie! ¡Déjeme hacer!
-¡Como que no! Cómo osas, te mandaré descuartizar como no me hagas un poco de caso. ¡Quién te crees que eres! Decirle estas cosas a Flavio Quinto…-de repente aparece alguien detrás del viejo asustándole. Es el verdadero Quinto Metelo. Yo lloro de alegría, porque por fin se aclarará todo el malentendido con el borracho. El gran Quinto Metelo le hará entrar en razón.
-Padre, ¿Qué haces? No tendrías que levantarte de cama tan tarde ni ir a beber hasta las tantas. Al final te constiparás.
Mi nombre es Constancio. Abandoné Hipona en el año CDXXX y heme aquí en Roma. Entré a trabajar para una familia de carpinteros cuyo hijo murió al caerse durante una reparación desde el tejado de una ínsula. Me acogieron y empecé a trabajar para ellos. Hoy en día también han muerto a causa de la peste de hace unos años y ahora llevo yo el negocio. La verdad es una vida pésima y no me da para vivir demasiado bien, por eso me gustaría entrar a trabajar para Quinto Flavio Metelo. Pero visto los acontecimientos de esta tarde, ¿qué he de hacer? Resulta que hay dos Quintos, y uno es hijo del otro. ¿Qué clase de broma es ésta?