EL JUEGO DE LA CIENCIA // CARLO FRABETTI
*Escritor y matemático
¿Es el infinito una mera entelequia o tiene algo que ver con el mundo físico? ¿Hay algo en la naturaleza que se corresponda con los números irracionales? Leopold Kronecker, enemigo jurado de Cantor y de sus números transfinitos, decía que Dios solo había hecho los números naturales y los demás eran obra del hombre, es decir, puras construcciones mentales. En el extremo opuesto, Kurt Gödel, el lógico y matemático más relevante del siglo XX, pensaba que los entes matemáticos se descubren, más que se inventan, en el sentido de que tienen una realidad intrínseca e independiente de nosotros. A primera vista, la postura de Gödel parecería de un idealismo poco menos que platónico; pero ¿acaso es menos “idealista” atribuirle realidad objetiva al color rojo de una fresa o a su agradable sabor?
En La física, aventura del pensamiento, tal vez su obra más filosófica, dice Einstein: “Los conceptos físicos son creaciones libres del intelecto que, por más que lo parezca, no están determinadas únicamente por el mundo exterior. En nuestro empeño por concebir la realidad, somos como alguien que tratara de descubrir el mecanismo invisible de un reloj del cual ve el movimiento de las agujas y oye el tic-tac, pero no puede abrir la caja que lo contiene… El científico cree que, al aumentar sus conocimientos, su imagen de la realidad se hará más simple y explicará un mayor número de impresiones sensoriales. Puede creer en la existencia de un límite ideal del saber al que se va aproximando el entendimiento humano, y llamar a ese límite la verdad objetiva”.
En cualquier caso, al aumentar nuestros conocimientos no estamos obteniendo una imagen de la realidad más simple. Tras el primer gran fogonazo esclarecedor que acompañó al nacimiento de la física moderna, nuestra visión intuitiva del mundo no ha hecho más que enturbiarse, a medida, paradójicamente, que las fórmulas matemáticas que describían su funcionamiento iban ganando en claridad y precisión. Al propio Newton le repugnaba la idea de una acción a distancia como la atracción gravitatoria, sin que hubiera ningún nexo material entre los cuerpos interactuantes, e imaginó el espacio lleno de partículas invisibles en constante agitación. Fue el primer encuentro de la física con la inquietante idea de no-localidad, totalmente contraria a la intuición. Y la cosa no había hecho más que empezar.